En el minucioso instante en el que la última hoja del aliso se posó sobre el amarillento césped y la luz crepuscular se desvanecía hacia la oscuridad, cruzaron sus miradas.

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Elevó su mirada por encima del libro, estaba sentado en unos de los bancos de hierro forjado de Hyde Park, frente al lago. Parecía que el tiempo se quedó paralizado cuando distinguió entre una de docena de turistas entusiasmados por el donaire de los patos, ocas y otras aves de la familia de las anátidas lo que hacía tiempo que perseguía.

Ella no apreciaba que estaba siendo observada. Describía al resto de turista el momento del día que estaban presenciando; “Hasta aquí su ruta turística. Les recuerdo que pueden acceder a los Almacenes Harrods por la calle que está a su izquierda, a las ocho menos cuarto saldrá el autobús directo hacía su hotel, por favor sean puntuales, tras cinco minutos de retraso no podrán acceder al autobús. Mañana se les recogerá en la puerta de su hotel a la misma hora que hoy , sean puntuales por favor, tras cinco minutos de retraso no podrán acceder al autobús. Gracias por contar con nosotros en su viaje, hasta mañana”. No llegaba a terminar la frase cuando la mayoría de turistas se habían escabullido a los almacenes Harrods. Y ella medio asmática inhaló la mayor cantidad de oxígeno posible hasta llenar sus pulmones. Debido a esta brusca acentuación de oxígeno en su cavidad pulmonar ésta padeció de singulto, o más comúnmente conocido como hipo. La discreción estaba perdida. Inquieta oteaba de izquierda a derecha y a la inversa como si tuviera el presagio de que alguien la observara.

En el minucioso instante en el que la última hoja del aliso se posó sobre el amarillento césped y la luz crepuscular se desvanecía hacia la oscuridad, cruzaron sus miradas. Ella captó la mirada de su ocasional seguidor. Y huyó.

para Bingo Crepúsculo

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